Resumir el argumento de Russka es complicado por la infinidad de personajes que aparecen a lo largo de sus dos tomos y que condensan casi 1300 años de historia. A pesar de esto, básicamente, la novela se puede describir como historias de amor con parejas que se desencuentran o son separadas matizadas con traiciones políticas y religiosas.
Evidentemente, Edward Rutherford (1948) se planteó homenajear las voluminosas historias de Dostovieski, con sus múltiples personajes, al tiempo que se propuso narrar toda la historia de Rusia. El resultado es tan superficial como fallido. Novelar 1300 años de historia desde la cotidianeidad es un despropósito que solamente puede llevar a estrellarse con las mismas limitaciones de lo cotidiano. En lo cotidiano no hay demasiadas variaciones como para sostener la atención por sobre las notables vicisitudes políticas. Para colmo, Rutherford, a medida que se adentra en el siglo XX, separa cada vez más a sus personajes de la Gran Historia y saltea los años con la rara sensación que durante ese tiempo los personajes estuvieron congelados para retomar sus actividades apenas llega el año que el narrador decide detallar.
Esto hace que los múltiples personajes sean copias de los originales, lo que redunda en una superficialidad aogtadora que se estira demasiadas páginas. Pero si la superficialidad en los personajes es un lastre, las marcaciones de los hechos históricos también lo es. La relación entre los datos históricos que aporta Rutherford va a estar directamente relacionados con lo que sepan los personajes de manera letaral y no por la integración a la trama que, de hecho, es frenada por la intromisión de la Historia. Funciona como un paréntesis que solamente busca darle lustro una trama muy maníquea.
En definitiva, una novela floja y poco atractiva.
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