Los tres relatos que abren el volumen (El hombres que escribìa libros en su cabeza, La red) y El estanque) y el que cierra el volumen (Por favor, no disparen a los àrboles) son los tres ejemplos de una Highsmith en otro registro. De los tres, el que mejor resulta es El hombre que escribía libros en su cabeza, la historia de un hombre que dejó de escribir libros físicamente para escribirlos de la manera que el título lo indica. En este cuento, Highsmith logra una emotividad en la relación padre e hijo insospechada en su obra anterior.
En el caso de La red, su mirada optimista suena un poco forzada, como si Highsmith se hubiera propuesto a pesar suyo dejar un mensaje humanista. En cuanto a El estanque tiene un final efectivo acorde con una buena atmósfera. Y Por favor, no disparen a los àrboles se puede conectar con los relatos de ciencia ficción de Ray Bradbury o Ballard, que si bien está bien llevado no trasmite verosimiltud.
Los otros son los más cercanos al tono Higshmith, el más notable de todos es sin dudas el estremecedor Esos horribles amaneceres acerca de una pareja de obreros que maltratan a sus hijos al punto de ocasionar la muerte de uno de ellos. Lo notable de este cuento es la mirada impávida de Higsmith que observa las acciones de los personajes como si fuera otro integrante de la familia acostumbrado a ver lo que ocurre en ese departamento. La naturalidad con que están narrados los hechos es lo más logrado y al mismo tiempo lo más escalofriante de este relato.
El resto de los cuentos varían desde lo automático (La corbata de Woodrow Wilson) hasta la efectiva vuelta de tuerca de La cucharilla de bebé. Pero, en definitiva, todos relatos disfrutables de punta a punta.
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