Ignacio, mientras cumple con su obligación de prestar servicio militar a la Nación, es elegido para ser parte de un pelotón que deberá fusilar a un grupo de militantes anarquistas. Tras este hecho, decide desertar y allí iniciará un largo viaje fuera del país que lo llevará a Uruguay, luego a España, Francia, Venezuela, México y de vuelta a Argentina unas décadas después.
Carlos Gorostiza (1920-2016) elige una narración alterna que va y viene en el tiempo desde La calle de los Tambos hasta Las Otras Calles (España, Venezuela, México) mientras armamos un rompecabezas un tanto monótono con las relaciones de Ignacio: Felicia (ayudante de su madre en la pensión), Lucía (familiar de Felicia y el amor de su vida a quien descubre a poco entrado en la adolescencia), una misteriosa mujer que conoce en un barco y a quien vuelve a ver en España y las tetas de La Porota. También pasan varios personajes masculinos que entablan un lazo fraternal de lucha con Ignacio, en especial Martín, un anarquista español que lo cruzará en ambos continentes con una facilidad de encuentro sorprendente.
El problema con Vuelan las palabras es que todo lo anteriormente mencionado ni siquiera resulta atractivo y/o justificado. Que Ignacio viaje por España, Venezuela, Francia o México es apenas un telón de fondo (de hecho, las descripciones no pasan más de ser un cuadro donde enmarcar la acción) y uno se pregunta si todos los encuentros y situaciones no podrían transcurrir en un único territorio geográfico porque los personajes, tanto argentinos como extranjeros, no se diferencian demasiado en sus idiosincracias.
Esto quizá se debe a que Gorostiza tiene una impronta teatral muy marcada y esto se nota en la escritura de esta novela. Todo parece un telón de fondo donde los personajes hablan mucho, impostan mucho, pero no trasmiten nada.
Al final de la novela, uno tiene la sensación de que era más interesante la historia del Rusito.
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