Después de un terceto de novelas
contundentes (Cuarteles de invierno (1980), la mejor de todas), Osvaldo Soriano
cambia de registro con la historia de un cónsul argentino varado en un país
africano imaginario, que cobra un sueldo que no le pertenece gracias a
las maniobras de un embajador inglés y al que le salta el patriotismo
cuando Argentina invade Malvinas.
En su cuarta novela, Osvaldo Soriano (1943-1997) intenta una novela que parodia el género de espionaje. Y falla. En A sus plantas rendido un león hay demasiada solemnidad en la narración (se la nota muy
trabajada) y esa solemnidad hace que la historia se vuelva pesada y
confusa, con muchos personajes que se van amontonando con un peso tan calculado en la historia que les quita relevancia y por lo tanto los
aplasta en su propia preponderancia.
Pero el principal problema es que el ámbito de la parodia de Soriano ya fue explorado con mejores
resultados por Graham Greene en The Honorary Consul (1973). Y en esa
comparación, la novela de Soriano sale perdiendo justamente porque donde Greene condensa, Soriano dilata.
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