Leer Los Pasajeros del jardín plantea un problema no tan fácil de resolver: la voz de la narradora.
La historia es un largo racconto de una mujer que perdió a su marido debido a una enfermedad terminal. Empieza a contar desde el momento en que se conocieron hasta el fatal desenlace con el jardín como telón de fondo.
Silvina Bullrich (1915-1990) pone en el personaje principal femenino una voz edulcorada, casi devota del hombre, con un exceso de adjetivos que por momentos llega a incomodar. Esta evocación se estira por demasiadas páginas, al igual que el tono entre melancólico y lloroso, lo que resulta la ausencia de progresión en el relato. A esto hay que agregarle la poca o nula relación con el entorno más allá del japonés que le cuida el vivero o el problema de liquidación de sueldos que ella ve como un hecho menor al lado del drama que está viviendo. El mundo de la protagonista empieza y termina en su hombre y no existe nada más.
Pero por otro lado (y a pesar de estas falencias, o por causa de ellas) no se puede negar que el tono sentido de la mujer está logrado a pesar de que plancha el ritmo de la novela. Esta lograda presencia es lo único que sostiene la historia. Las intenciones del relato pareciera ser únicamente esa: un canto de devoción.
Novela menor, que detrás de su tono lastimoso no se puede dejar de pensar como parte integrante del género de novela rosa donde personajes de una muy buena posición económica se miran el ombligo aislándose del resto.
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