Gervasio sale de la cárcel y se
encuentra en un callejón sin salida. Obviamente, hay una salida: por
arriba del callejòn. Y pese a sus contradicciones comienza a entrar
en el mundo de la trata de blanca, la cocaína y el dinero sucio. Ese mundo se sostiene y soporta gracias a una cofradía donde los códigos no se rompen y el que los
rompe es castigado con dureza.
Es imposible leer a Eduardo Perrone (1940-2009) sin
compararlo con Enrique Medina. En el balance, Perrone termina unos
escalones abajo porque, a diferencia de Medina, Perrone es bastante
temeroso de ir al fondo en la moral de sus personajes. Por ejemplo, desciende junto con Gervasio a una inmoralidad violenta (la aceptación de los códigos delictivos) pero cuando Gervasio baja aún más (las palizas a su novia, por ejemplo), Perrone no lo acompaña y esto logra que el personaje de Gervasio sea una especie de ente melifluo que por momentos tiene crisis de conciencia y por otros la moral es algo que no le molesta.
Estas cuestiones hacen que el tono de
la novela por momentos parezca impostado, insincero. Y la idea de
familia con toques bizarros (los habitantes de la pensión) se pierden en pasajes coloridos pero
descolgados.
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