La primera
novela importante de Ernst Hemingway (1899-1961) tiene más defectos que virtudes. Más allá de
algunos diálogos prescindibles y cierto regodeo en la reiteración, el punto más débil de la novela es
el personaje de Catherine, la enfermera que se enamora de Henry, el herido conductor de ambulancia.
En sus primeras
apariciones, Catherine es un personaje decidido, cariñoso, pero lejos de lo edulcorado; sin embargo, a medida que avanza la historia, sus diálogos tienen una pomposa devoción hacia Henry que el conductor de la ambulancia no devuelve de la misma manera porque se llevaría a las
patadas con el espíritu del personaje. Esta distancia entre Henry y Catherine potencia los momentos finales (que tienen un pudor y un
dramatismo bien logrado) pero para llegar a ese punto hay que
atravesar sendas expresiones de entrega y abnegación por parte de
Catherine que llegan al fastidio y no sólo contradicen al personaje sino que le quitan personalidad y fuerza.
Por otro lado, A farewell to arms es
una novela un tanto desequilibrada, con algunos momentos bien
logrados (el escape por el rio) y otros anodinos o solemnes (las
reuniones de los soldados en el bar). En este
desequilibrio, Hemingway pierde la oportunidad de hacer una gran
historia, algo que lograría (y a la perfección) en From whom the bell tolls (1944) y que esquivó el envejecimiento de la novela de 1929.




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